jueves, 7 de febrero de 2013

Las ventajas del poliamor

¿Tiene valor social el poliamor?

Al empezar la revolución sexual en los sesentas, mucha gente pensó que crear relaciones no monógamas honestas sería fácil. Por el contrario, medio siglo de salidas nulas y descubrimientos dolorosos nos enseñó que el poliamor pasa la factura. El hecho es que la mayoría de los hombres del siglo veinte tienen impulsos contradictorios que nos estira hacia la dirección de los celos y la posesividad.

Estas fuerzas opuestas deben ser reconciliadas antes de ser verdaderamente libres de amar y en esto yace uno de los mayores regalos que el poliamor tiene para ofrecer. El poliamor coloca a la gente en el ojo del huracán, con una abundancia de oportunidades de confrontar estas fuerzas opuestas y enseñar de sus errores por el camino. Los teóricos del aprendizaje descubrieron que cuantos más errores cometes, más rápido aprendes. En el poliamor, es posible tener el beneficio de varios cursos de vida de errores en un tiempo relativamente corto gracias a que te estás envolviendo en más de una relación íntima al mismo tiempo.

Las relaciones poliamorosas ofrecen muchos medios de acelerar el crecimiento personal. Todas las relaciones íntimas en su mejor faceta son un camino para mayor conciencia y autoconocimiento, en gran parte gracias a la valiosa retroalimentación -o efecto espejo- que uno recibe de un ser amado. Tener más de un compañero al mismo tiempo no solo aumenta la cantidad de retroalimentación disponible sino también dificulta culpar a tu compañero por los problemas que podrías estar creando en la relación. Por supuesto, la monogamia serial también ofrece la oportunidad de ver surgir los mismos errores una relación tras otra, pero no solo toma más tiempo aprender la lección, y es que si eres un interlocutor avispado, puedes ser capaz de convencer a una persona a la vez que no es tu culpa, mientras que es menos probable que dos personas sean embaucadas en este sentido.

Bill es un hombre atractivo cerca de los cincuenta años que nunca se casó. A través de los años tuvo una serie de relaciones monógamas, cada una de las cuales duró cerca de cuatro años. "No estoy seguro de por qué ninguna de estas relaciones duró", me dijo. "Siempre asumí que simplemente no congeniábamos y pasaba a la siguiente mujer, pero me estoy quedando viejo, y realmente quiero sentar cabeza". Bill decidió probar el poliamor y aceptó mi consejo de empezar saliendo con mujeres que no estuviesen buscando compromisos monógamos. Pronto estuvo saliendo con tres mujeres diferentes y se emocionó cuando resultó que dos de ellas se conocían y se agradaban mutuamente. Luego de unos cuantos meses, sin embargo, se encontró debatiéndose consigo mismo. "Liz, Helen y Angie están enojadas conmigo", se quejaba. "Empezaron a comparar notas y descubrieron que dije algunas mentiras piadosas. Ahora me acusan de manipularles. Realmente no entiendo cuál es su problema, pero me gustaría descubrirlo. ¿Puedes ayudarme?" Bill estaba cosechando los beneficios del poliamor de una forma distinta a la que esperaba, pero su apertura a observarse a sí mismo de una vez por tres mujeres insistiendo en vez de una era prometedor.

Porque los relacionamientos múltiples son inherentemente más complejos y demandantes que los monógamos y porque desafían las normas de nuestra cultura, ofrecen otras oportunidades de valioso aprendizaje. Lecciones respecto a amarse a uno mismo, acerca de la tolerancia por la diversidad, acerca de hablar desde el corazón y comunicarse claramente, respecto a aprender a confiar en un sentido interno de rectitud y pensar por uno mismo en lugar de confiar ciegamente en opiniones externas son solamente algunas muestras de tales lecciones. Estas cualidades son destinos de una persona emocional y espiritualmente madura, la clase de persona que resulta en un buen padre y contribuye a su comunidad.

Una de las preocupaciones más comunes acerca del poliamor es que pueda ser dañino para los niños, pero nada podría estar más alejado de la realidad. Las familias con múltiples adultos y las redes de compromiso íntimo tienen el potencial de proveer a los niños dependientes de adultos que crían de poder satisfacer sus necesidades materiales, intelectuales y emocionales. Mientras que los padres pueden terminar enfocándose menos en sus niños, los niños pueden ganar nuevos tíos, tías y padres adoptados.

Más adultos compartiendo la paternidad puede significar menos estrés y menos fatiga sin perder ninguna de las recompensas. En un grupo más grande de hombres y mujeres es más probable que uno o dos adultos estarán con la voluntad y la aptitud de quedarse en casa y cuidar de la familia o que cada uno pueda estar disponible uno o dos días a la semana. Si un padre muere o no está más a disposición, otros miembros de la familia pueden rellenar la brecha. Es posible que nuestros niños tengan más modelos de rol, más compañeros de juegos, y más amor en un ambiente grupal. Por supuesto, estas ventajas pueden encontrarse en cualquier establecimiento comunitario, pero la gente a menudo evita la intimidad con otros adultos en un esfuerzo consciente o no de salvaguardar un compromiso monógamo.

El poliamor tiene el potencial de crear familias estables y educadoras donde los niños se desarrollan en una atmósfera de amor y seguridad. Con la familia nuclear tradicional bien encaminada a su extinción, estamos enfrentados con una cuestión de crítica importancia: ¿quién se encargará de los niños? Ni las familias donde ambos padres estén en el mercado laboral ni las familias monoparentales ofrecen a los niños cuidados a tiempo completo, con cuidadores amorosos y de calidad, siendo estos escasos y caros al mismo tiempo. Como mucho, los cuidados institucionales a tiempo completo (incluyendo escolaridad pública) no pueden proveer la atención individual, intimidad, flexibilidad y la oportunidad de soledad que los niños necesitan para hacerse cargo de su potencial. La monogamia serial presenta una vida discontinua estresante a los niños y también a los padres. Mientras tanto, una generación entera está en riesgo a medida que el divorcio se vuelve un hecho de la vida cada vez más común.

Aún no sabemos cómo el poliamor impacta en la tasa de divorcio; la poca información de la que disponemos sugiere que no lo hace. Esto es, las tasas de divorcio aparentan ser más o menos las mismas en matrimonios monógamos y no-monógamos. Algunas personas han empezado a bromear acerca del "poliamor serial", y puede resultar que cualquier tipo de relación duradera es sencillamente poco probable en el siglo veintiuno. Sabemos que la práctica del poliamor puede ayudar a preparar a los padres a mantener lazos familiares luego de un divorcio porque ya se lidió con el asunto de volverse celoso cuando es confrontado con una nueva pareja antigua.

El poliamor puede significar un mayor estándar de vida al tiempo que se consumen menos recursos. Es más probable que los compañeros amantes-sexuales se sientan cómodos compartiendo el hogar, el transporte, artefactos, y otros recursos. Incluso si los compañeros no viven en comunidad, comparten comidas frecuentemente, se ayudan mutuamente en reparaciones y proyectos domésticos, y toman vacaciones juntos. Este tipo de cooperación ayuda a proveer un más alto nivel de vida mientras reduce el consumo individual así como a mantener a la gente muy ocupada para consumir de más. Los compañeros múltiples también ayudan en la renovación de nuestra devastada ecología humana creando una sensación de comunidad unida.

El poliamor puede ayudar a los padres e hijos a adaptarse por igual a un mundo incluso más complejo y de cambio rápido. Uno de los mayores desafíos que a enfrentar los seres humanos al amanecer del siglo veintiuno es afrontar al ritmo de vida cada vez más rápido. Estamos siendo constantemente inundados con más información de la que podemos absorber y más opciones de las que podemos evaluar. Las nuevas tecnologías se están volviendo obsoletas casi antes de que las podamos implementar. Intentar sostenerse puede ser estresante si no imposible para una persona o para una pareja. Pero un pequeño grupo de compañeros amorosos y bien coordinados puede dividirse las tareas que pudieran abrumar a una o dos personas. Los relacionamientos de múltiples compañeros pueden ser el antídoto al shock futuro.

Uno de los desafíos más difíciles que enfrentan hombres y mujeres en el siglo veintiuno es efectuar la transición de las identidades de género rígidas y bien definidas que prevalecen, a los roles más fluidos y andróginos preferidos por muchos individuos. Diversas opiniones con respecto del acercamiento más saludable, natural y funcional a los roles de género aún se debaten por los científicos sociales, sicoterapeutas y maestros espirituales. La mayoría de la gente estaría de acuerdo, sin embargo, que tanto la masculinidad al estilo John Wayne y la versión clásica de la femineidad de ama de casa de los cincuentas, así como cualquier identidad basada solamente en el género, son prescripciones para la infelicidad. Mientras las versiones extremas de estos estereotipos antiguos son cada vez más raras, mucha gente aún pelea con los efectos más sutiles de la tiranía de las generaciones basadas en género.

El matrimonio tal como lo conocemos está basado en patrones establecidos en tiempos bíblicos para regir a las mujeres como propiedad de los hombres. El poliamor puede ayudar a hombres y mujeres a romper los roles sexuales disfuncionales y alcanzar relacionamientos ecuánimes, sexualmente gratificantes y respetuosos simplemente gracias a su novedad. La mayoría de nosotros hemos absorbido inconscientemente mensajes culturales acerca del comportamiento adecuado para maridos y esposas. Podemos pensar que nuestra sociedad moderna ha dejado atrás su legado, pero recuerde que las mujeres en los Estados Unidos han alcanzado el derecho a votar hace menos de 100 años. El poliamor nos lleva a confrontar el condicionamiento de nuestros ancestro del rol sexual y exige que lo superemos. Eso requiere que hombres y mujeres por igual superen nuestra programación competitiva e inventemos nuevas formas de relacionarnos dado que no podemos retroceder más haciéndolo simplemente como lo hacían mamá y papá, o como lo hacían la abuela y el abuelo.

Los propulsores de la ecología profunda sugieren que la antigua sabiduría de los pueblos indígenas puede ofrecer algunas pistas importantes a nuestra supervivencia como especie. La defensora de la ecología profunda Dolores LaChapelle fue una de las primeras escritoras del siglo veinte en discutir el sexo y las relaciones íntimas en un contexto ecológico. Ella ve las rupturas en tantas relaciones modernas como resultado directo de tomar mucho énfasis en el romance entre dos personas y perder la vista del amplio agujero en el cual estamos insertados. En su enciclopédico Tierra Sagrada, Sexo Sagrado, ella traza con la sabiduría indígena un cuadro vívido de las maneras en las cuales el sexo múltiple sirvió tradicionalmente para unir al grupo, tornando difusos potenciales conflictos, y fortalecer la conexión a la tierra. Cita muchos ejemplos de pueblos nativos tanto modernos como antiguos cuyas costumbres y rituales incorporaban el sexo como "natural, inevitable y sagrado porque es parte del amplio interrelacionamiento entre humanos y la naturaleza en ese lugar."

Uno de los reportes da cuenta de una antropóloga que viajaba por la jungla con una amiga y su marido, ambos de la tribu. Cuando se detuvieron para acampar durante la noche, esta amiga se puso a hacer el amor con su marido y le preguntó si se quería unir a ellos. Ella describe la experiencia como natural, lúdica, cariñosa, y de unión para ambas mujeres.

En muchas de estas culturas, así como en el estilo amoroso llamado actualmente poliamor, el emparejamiento es una opción entre varias, y las parejas esperan incluir a otras en su intimidad o relajar sus límites cuando la situación surja. Las parejas así como otros agrupamientos y los solitarios participan todos en festivales estacionales que incluyen el sexo ritual para "incrementar la energía no solo entre hombre y mujer sino dentro del grupo como un todo y entre humanos y su tierra".

La investigación del Dr. James Prescott reveló que culturas como éstas son significativamente menos violentas que aquellas que no permiten el sexo extramarital. Mientras el pensamiento occidental moderno generalmente considera los ritos de fertilidad como meramente supersticiosos, si no inmorales, LaChapelle describe una base biológica para sus efectos positivos.

LaChapelle lo explica así: "En el sexo ritualizado, que no está confinado al área genital, el cuerpo entero y el cerebro reciben estímulos repetitivos durante un considerable período de tiempo. Esto lleva a la "sintonía del sistema nervioso central". Para resumir brevemente, si el sistema nervioso parasimpático o el sistema nervioso simpático es estimulado, el otro sistema se inhibe. Ocurre la sintonía... cuando existe tal potencia y prolongación de la activación de un sistema que se sobresatura y se desborda al otro sistema de forma que, a su vez, se activa. Si se estimula el tiempo suficiente el siguiente nivel de sintonía se alcanza donde la fuerte descarga simultánea de ambos sistemas autónomos crea un estado de estimulación del haz prosencefálico medial generando no solamente sensaciones placenteras sino... un sentido de unión o unidad con todo. Este nivel de sintonía permite el predominio del hemisferio izquierdo; resolviendo así problemas considerados insolubles por el hemisferio racional. Más aún, el ritmo de la acción repetitiva como se realiza en los rituales sexuales genera descargas límbicas positivas, resultando en cohesión social incrementada; contribuyendo así al éxito de tales rituales como mecanismos de unión.

Por supuesto que el poliamor no necesariamente tiene que ver con tales actividades exóticas, pero como filosofía del amor, provee un contexto en el cual el ritual erótico es posible sin prohibiciones basadas en una creencia en un derecho a la exclusividad sexual como prueba de compromiso o fidelidad. Lo que el poliamor requiere es un tipo de amor más altruista e incondicional del que comúnmente se encuentra en las uniones monógamas y surgen naturalmente de un sentido de unidad. Mientras la monogamia, por supuesto, también se desarrolla en el amor sin egoísmo, la monogamia puede sobrevivir más fácilmente que el poliamor en ausencia de él.


Traducción libre de un artículo en inglés. Autora: Deborah Anapol

Pareja poliamorosa busca…

Un periodista, una pareja poliamorosa y una de las ciudades más conservadoras del país son el marco ideal para una crónica sobre la naturaleza del amor y sus múltiples expresiones. 

Esta historia comienza con dos protagonistas. Pero termina con tres, o cuatro. Eso nunca se sabe. 
Supe de ellos a través de un amigo en común. 
Desde hacía varias semanas había venido preguntando a mis conocidos sobre sus “usos y costumbres” románticas con la intención de concretar una entrevista con una pareja poliamorosa. 

La idea se concibió en una plática de café, cuando alguien me comentó la existencia de un taller de reflexión integrado por parejas de este tipo, y que tenía su sede en la tradicionalista ciudad de Puebla. 
Más que morboso, el tema me pareció subversivo. 
En el 2009 la ola conservadora había azotado al país mediante la aprobación de reformas legislativas en los congresos locales para prohibir el aborto. La contraofensiva llegó a finales de ese mismo año desde el Distrito Federal con la aprobación de una ley que protege el matrimonio gay, dotando a los cónyuges de los mismos derechos que tienen las parejas heterosexuales, entre ellos la adopción. 
En un momento histórico donde la categoría de familia se había convertido en objeto de una disputa ideológica, ¿qué podía ser más revolucionario que un grupo de personas cuestionando el estatuto de exclusividad propio de la monogamia?
Así que, sin más, comencé a interrogar a mis conocidos, a los conocidos de mis conocidos, y a los conocidos de éstos.
Fue así que llegue a Othón y Gris, los protagonistas de esta crónica. 

Un café como cualquier otro
Othón es de Puebla, tiene una hija de dieciséis con la que apenas mantiene contacto. Gris es oriunda de Veracruz; vive con él y sus tres hijos. Desde hace nueve años comparten su vida.
Si esta fuera una crónica a modo, diría que son una pareja normal. Pero no lo son. Ni les interesa serlo.
La cita tiene lugar en un café del centro. Rodeados por edificios centenarios y majestuosas iglesias, intercambiamos los primeros saludos.
En la mesa contigua, un grupo de chicas se cuenta los pormenores del fin de semana con el galán en turno. Por su plática, uno podría deducir que estas adolescentes están en camino de convertirse en esposas abnegadas y amas de casa irreprochables. Nada nuevo en una ciudad que se precia de tener entre sus habitantes a algunas de las élites más conservadoras del país. Puebla, urbe de añejos conflictos estudiantiles entre comunistas y católicos recalcitrantes; la que décadas atrás atestiguó el nacimiento del Yunque, uno de los grupos de ultraderecha más poderosos de México. Puebla, la que algún intelectual trasnochado osó alguna vez bautizar como “La Belfast de América”.
Dudo antes de pedir autorización a mis informantes para grabar la conversación. Me ha sucedido antes que una grabadora echa a perder lo que prometía ser una buena entrevista. No es el caso. 
Cuando les pido que me narren la forma en que se conocieron, me queda claro que Othón y Gris no son personas fáciles de intimidar. Francos y abiertos, entran al tema de forma directa, sin atajos ni ambigüedades.
Othón cuenta que hace diez años, cuando recién empezaban a salir, decidieron plantearse el tema de pareja bajo un modelo distinto. Ambos venían de relaciones largas, concebidas bajo un esquema tradicional que finalizaron en amargas rupturas y desengaños. Renuentes a repetir los patrones que los llevaron a fracasar anteriormente, se propusieron construir una de carácter abierto, sin etiquetas ni formalidades, donde ambos pudieran sentirse libres. Había una sola regla: tenían que contarse todo. 
La experiencia para ambos fue tan enriquecedora que, lejos de mostrarse desapegados y ajenos a las circunstancias del otro, comenzaron a desarrollar un vínculo muy profundo. 
Fue así como a los pocos meses de conocerse tomaron una decisión que hubiera sido impensable bajo otro tipo de paradigma afectivo. Decidieron mudarse juntos.

Prueba y error, la metodología del amor

Lo que para Othón y Gris comenzó como un camino estrecho e inédito que se escindía de la transitada ruta monogámica, pronto se convirtió en un sendero que corría paralelo a otras formas alternas: el estilo de vida swinger fue una de ellas. 
Cuenta Othón que fueron cuatro años los que vivieron inmersos en el ambiente propio del intercambio de parejas. Cuatro años de experimentación, aprendizaje y, finalmente, de profunda decepción.
“Con el paso del tiempo nos fuimos dando cuenta de que era algo totalmente diferente a lo que nos habían platicado. Era muy mecánico, muy frío. Eso fue algo que no nos gustó desde un principio. La gente te lo pinta como un lugar donde se va a hacer amigos, incluso en el plano erótico uno se lo imagina romántico. Pero la realidad es otra, te vas llevando muchas desilusiones.”
“Estuvimos en el ambiente alrededor de cuatro años”, afirma Gris. “Tampoco éramos muy activos. No es que estuviéramos peleados con el sexo, pero no nos gustaba la manera fría y despersonalizada con que éste se daba”.
Otro aspecto con el cual se sintieron incómodos durante esa etapa de su relación era la conducta machista y el sentido de propiedad sobre la pareja que suele privar, incluso dentro de esas prácticas.
“Cuando tú entras a los perfiles de las parejas en internet siempre ves fotos de mujeres. De hombres casi no. A nosotras nos exhiben. Ahí se maneja una visión muy machista en la que la mujer es un objeto de placer con el que se puede jugar y en el que se procura siempre la satisfacción del hombre. Es una reproducción del modelo habitual, pero con reglas distintas.”
Desencantados de este estilo de vida dejaron de citarse con otros y poco a poco comenzaron a espaciar sus visitas a los bares de intercambio.
Un día se encontraron en la calle a una pareja con la cual habían interactuado algunas semanas atrás. Othón y Gris los saludaron afectuosos y ellos no respondieron. Simplemente les dieron la espalda. Esta descortesía fue la que marcó su salida definitiva del ambiente.

Cuando dos no son suficientes

“Nos sentíamos como marcianos”, comenta Othón mientras me percato de que la mesa de junto, otrora fuente de alboroto, guarda un sospechoso silencio.
“No estábamos a gusto dentro de la opción tradicional ni dentro del ambiente swinger. En ese entonces desconocíamos que existía la opción del poliamor. Nos sentíamos solos con nuestras ideas.”
Ambos afirman que ésa fue, quizá, su etapa más difícil como pareja. Luego, se hizo la luz.
Una tarde, navegando en internet, Othón se topó en una página española con un relato erótico donde se narraba la interacción que se da entre una pareja que decide incluir un tercero.
“Los involucrados eran dos hombres y una mujer. Al final, ella alternaba sus espacios cotidianos con cada uno de ellos. Lo interesante es que aunque al principio el acercamiento se da sólo en el ámbito físico, con el tiempo se empieza a dar un despertar afectivo entre los personajes. A nosotros nos llamó mucho la atención la idea de incluir a ese tercero en nuestras vidas. Alguien que no fuera tan etéreo. Que pudiéramos convertir esa relación esporádica en algo más constante y más cercano.”
Gris no duda en calificar ese texto como una revelación.
“Cuando Othón me lo enseñó, supe que eso era exactamente lo que estábamos buscando.”
A partir de ese momento Othón y Gris se abocaron a investigar sobre la opción poliamorosa en México. Fue así que llegaron al grupo Poliamor México, un sitio virtual donde se proporcionan información y recursos sobre el tema. 
En esta página supieron de la existencia de Diana, Sergio e Israel, la “trieja” chilanga que conduce La casa de los mil cuartos, el primer programa de radio por internet sobre el tema, los cuales —gracias a una entrevista que les hicieron en el programa Shalalá de TV Azteca— se han convertido en el modelo prototipo de las familias poliamorosas en México.
También se enteraron de la conformación de un grupo de reflexión en Puebla donde se discutía abiertamente la opción como una nueva forma de relacionarse con los otros. 
“Para nosotros entrar a ese grupo ha sido muy padre. Gracias a él hemos podido conocer e interactuar con gente con la que podemos compartir nuestras experiencias y vivencias, y con quienes compartimos además las mismas ideas. La mayor parte de las personas que van al taller no han podido formar nunca una trieja, algunos ni siquiera una pareja secundaria, incluso hay algunos que van hasta solos, pero están en la disposición de reflexionar y de poner en la mesa de discusión muchas de esas cosas que no se discuten afuera. Eso, por lo menos, es dar ya un primer paso.”
Othón y Gris relatan que, a diferencia del ambiente swinger, donde la relación se basa únicamente en la satisfacción sexual, las parejas poliamorosas establecen compromisos y lazos emocionales más profundos.
“En ese ambiente todo es a escondidas. Terminas tu aventura de un ratito y regresas a tu vida de siempre, a tu monogamia. Aquí no. Aquí se trata de integrar a otras personas a tu vida. No es que cada quien se vaya por su lado con su pareja, por el contrario, nosotros buscamos integrarlas a nuestro entorno.”
Según cuentan, las formas de relacionarse dentro del poliamor cumplen una amplia gama de modalidades: algunos están casados y conviven en el mismo sitio sin dormir juntos, otros se encuentran ocasionalmente, y hay quienes ni siquiera conocen a las parejas de su compañero, pero saben de su existencia. También hay grupos donde todos los involucrados se relacionan de forma simultánea, y otros en los que las relaciones están restringidas sólo al interior del grupo.
“Todo depende de los acuerdos”, dice Othón, “lo más importante es la comunicación que tienes con tu pareja y la capacidad para construir un acuerdo y cumplirlo”.

Instrucciones para hacer “de tripas corazón”

A medida que la plática transcurre me percato de que Gris está distraída, quizá un poco nerviosa. Continuamente interrumpe la conversación para contestar los mensajes que llegan a su celular.
“Es un amigo con el que me cité para hoy”, me dice entre risas, una vez que es evidente que nuestra conversación discurre de forma paralela a otra que se desarrolla en la pantalla de su teléfono.
Miro de reojo la reacción de Othón. No hay signos de molestia o incomodidad. Por el contrario, creo percibir en él cierto aire de complicidad.
La situación me brinda la excusa perfecta para abordar uno de los temas tabú en toda relación de pareja: los celos.
¿Existen los celos en el poliamor?
“Por supuesto que sí”, es la respuesta unánime.
“En nuestras relaciones anteriores nos marcaron mucho las situaciones de celos. Esa forma de interactuar nos orilló a perder nuestro espacio como personas. Cuando nosotros nos conocimos fuimos claros en respetar nuestros espacios y afectos. Sin embargo, no es un proceso sencillo. Los celos no desaparecen de la noche a la mañana.”
“A lo mejor de mi parte hubo más problemas en ese sentido”, reconoce Othón. “Hubo momentos en que le dije a Gris que no me gustaba lo que estaba sintiendo, y quizá en algún momento le pedí que ya no se siguiera viendo con determinada persona, pero algo que siempre nos salvó fue decirnos todo. Eso fue lo que nos ayudó a superar el problema”.
Comunicación es una palabra que la pareja entrevistada repite siempre. Comunicar, hablar, dialogar. Para ellos, estos verbos representan la medicina que lo cura todo. Una que al principio les supo amarga, pero que con el tiempo han convertido en uno de los aspectos clave sobre los cuales se cimienta su unión. 
“Al inicio Gris tuvo una pareja con la que se involucró mucho y hubo momentos en los que llegué a temer que se enamorara y no quisiera regresar conmigo. Si lo pudimos superar fue con base en la comunicación constante. Ella me contaba todo. Me mantenía informado. Y, en ese proceso, gracias a la confianza, el celo se fue transformando. Al verla feliz o triste en los distintos momentos de su relación, yo entendí que mi labor como pareja no era hacerme a un lado, sino apoyarla, escucharla, darle un punto de vista.”

Acrobacia de alto grado de dificultad

Amarse entre dos no es fácil. Hay que aprender a compartir, a cambiar y, en muchas ocasiones, a aceptar. Las cifras de divorcio en nuestro país son un indicador de la crisis de la pareja. Actualmente se calcula que treina de cada cien matrimonios terminan por disolverse. Y las cifras van en aumento.
Quienes hemos experimentado una ruptura amorosa sabemos que la separación implica siempre una cuota de fracaso y dolor. Pagamos el precio y nos volvemos a enamorar porque creemos que la experiencia nos ayudará a refinar el resultado, que con el tiempo encontraremos a la persona correcta, en el momento adecuado, y que podremos construir —ahora sí— el ideal de pareja que hemos estado buscando. 
Para quienes creemos y practicamos la monogamia, todo se reduce a ese afán por asentarse y edificar.
Pero, ¿qué pasa con aquellos para quienes la búsqueda amorosa no tiene fecha de caducidad? 
¿Sufren igual que nosotros o han desarrollado un grado de desapego tal que les permite saltar de una relación a otra sin pagar las consecuencias emocionales? 
Después de charlar con Othón y Gris, me parece que al menos en lo que a la opción poliamorosa concierne, los vínculos sentimentales forman parte de una rutina gimnástica con un alto grado de dificultad.
Si en la época contemporánea una pareja monógama no las tiene todas consigo, basta con imaginar los trances a los que debe enfrentarse una relación que se desarrolla entre tres, o cuatro, a veces más. 
A lo largo de su trayectoria como pareja, la búsqueda del amor para Othón y Gris no ha sido cosa fácil. Abundan en su historial personas que no se comprometen, que a la primera provocación suelen romper los acuerdos, que buscan sólo una excusa para dar rienda a sus inquietudes sexuales, o que simplemente huyen cuando la propuesta —siempre sincera, abierta, honesta— se sugiere sobre la mesa.
Si mantener vigentes sus uniones secundarias resulta una tarea difícil, ni hablar de lo que implica integrar un miembro más.
En efecto, la consolidación de una trieja en el mundo del poliamor resulta, al parecer, una especie de leyenda.
Casi nadie conoce una estable.
Está la referencia del DF. Pero nada más. 
Aún así, ellos insisten.
¿Qué los motiva?
Othón me da una respuesta que derriba cualquier asomo de duda acerca de sus motivaciones y que me orilla a pensar más en las similitudes que en las diferencias que pudieran guardar con cualquier otro modelo de relación afectiva.
“Hay algo que sucede cuando finalmente logras establecer un vínculo poliamoroso como el que tenemos nosotros. Antes de que se consolide sientes que vives solo, en un cuarto oscuro. Pero un día te das cuenta de que hay otro foco, otra luz que está compartiendo el mismo cuarto. Cuando esos dos focos se acercan te das cuenta que estás en un cuarto iluminado. En ese momento ya no te sientes solo, ni te sientes oscuro, compartes un mismo espacio, compartes una misma luz.”

Adiós a las dogmas

Son las nueve de la noche y el café está por cerrar. Las adolescentes de la mesa contigua, escandalizadas por nuestra conversación, hace tiempo que se han retirado. Gris continúa recibiendo y mandando mensajes de manera compulsiva con su cita de hoy. Mientras tanto, Othón intenta explicarme en qué consiste realmente el poliamor.
“El poliamor no es una religión, no es un dogma que te marque ciertos lineamientos. Ser comunicativo con tus afectos, consensuar acuerdos, ser honestos, son aspectos que deberían asumirse en toda relación. Nosotros decidimos adoptarlos y ser fieles a ellos. Al romper con los paradigmas tradicionales, pudimos tomar conciencia de lo que es realmente valioso: la comunicación, la honestidad y el compromiso. Ingredientes que no sólo deberían estar en el poliamor, sino en toda relación afectiva.”
Les pregunto qué tan difícil es asumirse como poliamorosos en una ciudad como Puebla, y para mi sorpresa responden que más allá de la dificultad que supone relacionarse con personas que compartan sus mismas ideas, no han experimentado hasta el momento alguna actitud de rechazo. 
“Con nuestras amistades, incluso algunas del trabajo, mantenemos el tema abierto, obviamente tampoco nos ponemos el letrero de poliamorosos. Generalmente sabemos con qué personas lo podemos platicar. Por lo regular les causa mucha curiosidad o asombro que no nos den celos. Pero alguna reacción negativa, hasta el momento, no la hemos tenido.”
Gris cuenta que, en su caso, la gente que sabe de su situación tiende a cuestionarla. 
“La gente no entiende que podamos sufrir por otras personas, nos dicen: ¿cómo pueden sufrir si tienen a su lado a su pareja? Qué ganas de complicarse la vida.”
“¿Y no es así?”, pregunto.
“Quizá sí, pero creemos en esta forma de vivir nuestras vidas. Creemos en la honestidad, en la comunicación. Estamos conscientes de que esta opción no es para todas las personas, porque involucra sentimientos, costumbres, creencias, todo ese tipo de cosas. Implica romper con un paradigma en el que todos estamos educados y al que estamos acostumbrados.”
Y parte de ese paradigma tiene que ver con la educación de los hijos. 
A diferencia de otros padres que mantienen en secreto sus relaciones sentimentales, Gris ha decidido compartir abiertamente su estilo de vida con sus hijos.
“Hemos sido claros con ellos desde el inicio. Desde que eran pequeños siempre les hablamos con la verdad. Los hemos ido educando en la diversidad y en la diferencia, con una conciencia muy clara de que en las cuestiones del amor existe una variedad enorme de gustos y preferencias. Mucha gente, incluso aquella que comparte nuestras ideas, nos critica por ser tan abiertos respecto al tema, pero es sorprendente cómo nuestros hijos lo han asimilado.”
A Gris le gusta narrar una anécdota. Le sucedió con el más pequeño, cuando tenía ocho años de edad. Ella acababa de terminar con una pareja secundaria y estaba muy afectada. Cuando su hijo lo notó le preguntó si su tristeza se debía a que se había disgustado con Othón.
“Ese día me puse a platicar con él, intenté buscar las palabras para explicarle. Le dije que tenía un novio aparte de su papá y que esa relación había finalizado. Él me estuvo oyendo, se me quedó mirando y me dijo: mira mamá, yo lo único que quiero es que estés bien y que sepas que cualquier cosa que necesites, ahí estoy yo.”
Cada que cuenta esta historia a Gris se le quiebra la voz.
“Te lo platico y me sigue llegando”, dice una vez que se repone de la emoción. “Nosotros siempre hemos tratado de tener esa comunicación con nuestros hijos.”

De lo que en verdad trató la entrevista

Pasan ya de las diez de la noche y es hora de despedirse. 
El teléfono de Gris suena y ella se levanta para contestar.
Conversa por espacio de varios minutos con su enigmático interlocutor, alejada de nuestra mesa. Luego vuelve.
Othón me cuenta que por ahora no están enganchados en otras relaciones.
“Mucha gente cree que como poliamorosos nos la vivimos en la calle y, como vulgarmente se dice, de brazo en brazo; pero no, por ahora los dos estamos vacantes, aunque tampoco estamos en busca de algo. Éstas son cosas que se tienen que dar por sí solas.”
Cuando Gris se percata de que el mesero nos ha traído la cuenta, le pide a Othón que espere un poco más, que su cita está por llegar.
En efecto, a los pocos minutos ingresa un chico al café. Es joven, apenas debe pasar de los veinte años. Decidido, se aproxima a nuestra ubicación y saluda afectuoso a Gris.
Ella le acerca una silla y lo presenta.
“Ésta es la cita de la que les conté”, nos dice.
Othón se pone de pie y lo saluda con cortesía.
“Nos están entrevistando”, dice para justificar mi presencia.
De pronto tengo la sensación de que en esta mesa de tres empiezo a sobrar.
Ha sido una plática larga y enriquecedora. Pero ya es tarde para mí. 
Me despido no sin antes agradecer su disposición para conversar. 
Apago la grabadora, la guardo en mi mochila y me retiro.
Antes de salir les dedico una última mirada.
Gris y su acompañante conversan animadamente, mientras Othón los observa con atención y complicidad. 

“Esta pareja se quiere”, pienso para mis adentros y, en secreto, desde la puerta de ese local, les deseo suerte en su búsqueda.
Camino a casa me pregunto si la entrevista ha versado realmente sobre el poliamor. Y no sé. Me queda la sensación de que en la mesa de ese café se habló más de confianza, de comunicación, de honestidad, la materia prima con la cual debieran de construirse todas las relaciones humanas.


Artículo publicado casi sin editar, rescatada de la web www.aldeano.net que ya está caída. El autor es un tal Alvaro Hernandez , revista N° 3 del 15 de agosto del 2011.

lunes, 4 de febrero de 2013

Una visión sobre las mujeres

El siguiente texto es una colaboración de un contacto de red social a quien aún no tuve el placer de conocer personalmente, más allá de ciertas definiciones con las que uno pueda no estar de acuerdo, en general el texto merece la pena ser compartido.



De nuevo poligamia. No sobrevivo con una, debo tener todo o nada. Cuando me limito a una, hasta ella misma recibe menos. Cuando tengo muchas, todas reciben mucho. Las mujeres son bellas todas. ¿Por qué habría de encarcelarme sólo con una? No es ese mi sentir. Yo necesito libertad. Amo la libertad. Amo la libertad de poder expresar y trasmitir lo que siento a esa persona por quien lo siento. Cuando me restrinjo y no permito que eso se exprese, es como si una mordaza fuera puesta sobre mí y la tuviera puesta todo el tiempo y no me puedo liberar. Para serle fiel a una sola mujer tengo que ponerme una mordaza de esas. Pero a la larga ella sale perdiendo pues tampoco ella puede recibir su parte. Si las mujeres pudieran saber esto, no tratarían de ponerme obstáculos y se darían cuenta que al darme libertad es cuando más beneficio obtienen.


El sexo es fabuloso, probar el cuerpo de una mujer, acariciar su piel, besar cada centímetro de piel que va desde sus pies hasta su cabeza, besar cada parte y convertir su cuerpo en un universo de caricias, besos, amor, placer. Escuchar el gemido de placer de una mujer al hacer el amor, cada uno de esos gemidos, es una caricia para mis oídos, es música celestial. Ahora veo a cada mujer como un bello y hermoso regalo que la vida brinda sin cobrar ni pedir nada a cambio, más que lo que uno ya tiene en abundancia y está tan deseoso de brindar también. Prefiero brindar mi persona, brindar mi cuerpo, brindar mi atención, aunque en general las mujeres necesitan algo material, aunque sea algo simbólico; pero creo que casi todas lo necesitan y, nunca se sienten completamente amadas hasta que uno ha desembolsado una buena cantidad de dinero o de bienes materiales para ella, sobre todo si uno lo daría todo por ella. Pero puedo brindar cosas que las hagan sentirse halagadas, bellas, valiosas, importantes. En fin las mujeres son todas muy bellas, hermosas y especiales. Excepto cuando se llenan de odio o sentimientos viles de venganza. Pero bueno, eso es parte del paquete. Cuando no están llorando están enojadas, así es su temperamento. Y cada una es especial. ¡Cuántas cosas divinas se puede descubrir en cada mujer! Una mujer es una aventura siempre. Claro que a veces puede ser una aventura desventurada pero al fin, uno nunca sabe qué habrá de descubrir debajo de toda esa belleza. Además no sabe uno cómo pueden brindar su belleza, cada una de un modo que no se puede anticipar. Creo que si de algo debo dar gracias a Dios es de haber hecho un ser tan bello que vive con nosotros los hombres.


A veces siento lástima por ellas, o tal vez compasión, o tal vez ternura. Son tan víctimas de sus propios sentimientos. A veces no se percatan de ello y viven furiosas de las consecuencias de sus propios sentimientos. No pueden ver nada sin brindarle un color de sentimiento asociado. Quizá por eso no saben que el mundo también puede verse libre de sentimientos y que el mundo visto nomás con la razón y el entendimiento también puede ser bello. O no pueden darse cuenta por ello que muchas veces lo que les causa pesar no es lo que ocurre, sino la interpretación y además el sentimiento asociado que ponen a los hechos. Pero por eso también necesitan amor, pues en realidad viven de ello como alimento. Y nosotros también lo sentimos y lo buscamos. Me gusta abrazar y besar a una mujer cuando llora. No es debilidad, es más bien la valentía de expresar su sentir como viene, sin temor y sin pretender ocultar. El llanto sincero es bello e inspira ternura y aviva en uno un amor que busca brindar protección, cuidado y afecto.

Me vuelve loco el vestuario provocativo de las mujeres. Sobre todo los tacones altos, son mi delirio. También me gusta como decoran su belleza con ornamentos vistosos. Cada parte del vestuario que llevan está pensado para exaltar a la vista. Provocan un embrujo especial. Me gusta verlas moverse, adoptar posturas y ademanes cadenciosos, como intentando provocar deseo o convertirse el centro de atención del público. Son estrellas, que deslumbran a su paso; son protagonistas de su propia historia, donde el escenario es su propia vida y donde todos los que somos parte de sus vidas formamos parte del elenco. Son bellas.

Por todo eso quiero poder estar disponible siempre a todas ellas. Cada una de las que ha entrado a ser parte de mi vida, ha abierto una ventana en mí, la cual nunca habrá de cerrarse. No debe ninguna temer que otra vaya robar su puesto; nunca ha ocurrido ni va a ocurrir. Cada una es especial de por vida y su puesto es especial y nunca va a ser ocupado por nadie. Como dice la canción "mujeres, oh mujeres tan divinas, no queda otro camino que adorarlas". Y de verdad que no hay nada más bello que poder adorar la belleza de una mujer. Cada beso es eso, una adoración a todo eso bello que son. Por eso beso cada una de las partes de su cuerpo, porque sé que así ellas pueden saber y estar seguras de lo mucho que valen y lo mucho que son.



El autor prefirió quedar en el anonimato.

Flotante