jueves, 7 de febrero de 2013

Pareja poliamorosa busca…

Un periodista, una pareja poliamorosa y una de las ciudades más conservadoras del país son el marco ideal para una crónica sobre la naturaleza del amor y sus múltiples expresiones. 

Esta historia comienza con dos protagonistas. Pero termina con tres, o cuatro. Eso nunca se sabe. 
Supe de ellos a través de un amigo en común. 
Desde hacía varias semanas había venido preguntando a mis conocidos sobre sus “usos y costumbres” románticas con la intención de concretar una entrevista con una pareja poliamorosa. 

La idea se concibió en una plática de café, cuando alguien me comentó la existencia de un taller de reflexión integrado por parejas de este tipo, y que tenía su sede en la tradicionalista ciudad de Puebla. 
Más que morboso, el tema me pareció subversivo. 
En el 2009 la ola conservadora había azotado al país mediante la aprobación de reformas legislativas en los congresos locales para prohibir el aborto. La contraofensiva llegó a finales de ese mismo año desde el Distrito Federal con la aprobación de una ley que protege el matrimonio gay, dotando a los cónyuges de los mismos derechos que tienen las parejas heterosexuales, entre ellos la adopción. 
En un momento histórico donde la categoría de familia se había convertido en objeto de una disputa ideológica, ¿qué podía ser más revolucionario que un grupo de personas cuestionando el estatuto de exclusividad propio de la monogamia?
Así que, sin más, comencé a interrogar a mis conocidos, a los conocidos de mis conocidos, y a los conocidos de éstos.
Fue así que llegue a Othón y Gris, los protagonistas de esta crónica. 

Un café como cualquier otro
Othón es de Puebla, tiene una hija de dieciséis con la que apenas mantiene contacto. Gris es oriunda de Veracruz; vive con él y sus tres hijos. Desde hace nueve años comparten su vida.
Si esta fuera una crónica a modo, diría que son una pareja normal. Pero no lo son. Ni les interesa serlo.
La cita tiene lugar en un café del centro. Rodeados por edificios centenarios y majestuosas iglesias, intercambiamos los primeros saludos.
En la mesa contigua, un grupo de chicas se cuenta los pormenores del fin de semana con el galán en turno. Por su plática, uno podría deducir que estas adolescentes están en camino de convertirse en esposas abnegadas y amas de casa irreprochables. Nada nuevo en una ciudad que se precia de tener entre sus habitantes a algunas de las élites más conservadoras del país. Puebla, urbe de añejos conflictos estudiantiles entre comunistas y católicos recalcitrantes; la que décadas atrás atestiguó el nacimiento del Yunque, uno de los grupos de ultraderecha más poderosos de México. Puebla, la que algún intelectual trasnochado osó alguna vez bautizar como “La Belfast de América”.
Dudo antes de pedir autorización a mis informantes para grabar la conversación. Me ha sucedido antes que una grabadora echa a perder lo que prometía ser una buena entrevista. No es el caso. 
Cuando les pido que me narren la forma en que se conocieron, me queda claro que Othón y Gris no son personas fáciles de intimidar. Francos y abiertos, entran al tema de forma directa, sin atajos ni ambigüedades.
Othón cuenta que hace diez años, cuando recién empezaban a salir, decidieron plantearse el tema de pareja bajo un modelo distinto. Ambos venían de relaciones largas, concebidas bajo un esquema tradicional que finalizaron en amargas rupturas y desengaños. Renuentes a repetir los patrones que los llevaron a fracasar anteriormente, se propusieron construir una de carácter abierto, sin etiquetas ni formalidades, donde ambos pudieran sentirse libres. Había una sola regla: tenían que contarse todo. 
La experiencia para ambos fue tan enriquecedora que, lejos de mostrarse desapegados y ajenos a las circunstancias del otro, comenzaron a desarrollar un vínculo muy profundo. 
Fue así como a los pocos meses de conocerse tomaron una decisión que hubiera sido impensable bajo otro tipo de paradigma afectivo. Decidieron mudarse juntos.

Prueba y error, la metodología del amor

Lo que para Othón y Gris comenzó como un camino estrecho e inédito que se escindía de la transitada ruta monogámica, pronto se convirtió en un sendero que corría paralelo a otras formas alternas: el estilo de vida swinger fue una de ellas. 
Cuenta Othón que fueron cuatro años los que vivieron inmersos en el ambiente propio del intercambio de parejas. Cuatro años de experimentación, aprendizaje y, finalmente, de profunda decepción.
“Con el paso del tiempo nos fuimos dando cuenta de que era algo totalmente diferente a lo que nos habían platicado. Era muy mecánico, muy frío. Eso fue algo que no nos gustó desde un principio. La gente te lo pinta como un lugar donde se va a hacer amigos, incluso en el plano erótico uno se lo imagina romántico. Pero la realidad es otra, te vas llevando muchas desilusiones.”
“Estuvimos en el ambiente alrededor de cuatro años”, afirma Gris. “Tampoco éramos muy activos. No es que estuviéramos peleados con el sexo, pero no nos gustaba la manera fría y despersonalizada con que éste se daba”.
Otro aspecto con el cual se sintieron incómodos durante esa etapa de su relación era la conducta machista y el sentido de propiedad sobre la pareja que suele privar, incluso dentro de esas prácticas.
“Cuando tú entras a los perfiles de las parejas en internet siempre ves fotos de mujeres. De hombres casi no. A nosotras nos exhiben. Ahí se maneja una visión muy machista en la que la mujer es un objeto de placer con el que se puede jugar y en el que se procura siempre la satisfacción del hombre. Es una reproducción del modelo habitual, pero con reglas distintas.”
Desencantados de este estilo de vida dejaron de citarse con otros y poco a poco comenzaron a espaciar sus visitas a los bares de intercambio.
Un día se encontraron en la calle a una pareja con la cual habían interactuado algunas semanas atrás. Othón y Gris los saludaron afectuosos y ellos no respondieron. Simplemente les dieron la espalda. Esta descortesía fue la que marcó su salida definitiva del ambiente.

Cuando dos no son suficientes

“Nos sentíamos como marcianos”, comenta Othón mientras me percato de que la mesa de junto, otrora fuente de alboroto, guarda un sospechoso silencio.
“No estábamos a gusto dentro de la opción tradicional ni dentro del ambiente swinger. En ese entonces desconocíamos que existía la opción del poliamor. Nos sentíamos solos con nuestras ideas.”
Ambos afirman que ésa fue, quizá, su etapa más difícil como pareja. Luego, se hizo la luz.
Una tarde, navegando en internet, Othón se topó en una página española con un relato erótico donde se narraba la interacción que se da entre una pareja que decide incluir un tercero.
“Los involucrados eran dos hombres y una mujer. Al final, ella alternaba sus espacios cotidianos con cada uno de ellos. Lo interesante es que aunque al principio el acercamiento se da sólo en el ámbito físico, con el tiempo se empieza a dar un despertar afectivo entre los personajes. A nosotros nos llamó mucho la atención la idea de incluir a ese tercero en nuestras vidas. Alguien que no fuera tan etéreo. Que pudiéramos convertir esa relación esporádica en algo más constante y más cercano.”
Gris no duda en calificar ese texto como una revelación.
“Cuando Othón me lo enseñó, supe que eso era exactamente lo que estábamos buscando.”
A partir de ese momento Othón y Gris se abocaron a investigar sobre la opción poliamorosa en México. Fue así que llegaron al grupo Poliamor México, un sitio virtual donde se proporcionan información y recursos sobre el tema. 
En esta página supieron de la existencia de Diana, Sergio e Israel, la “trieja” chilanga que conduce La casa de los mil cuartos, el primer programa de radio por internet sobre el tema, los cuales —gracias a una entrevista que les hicieron en el programa Shalalá de TV Azteca— se han convertido en el modelo prototipo de las familias poliamorosas en México.
También se enteraron de la conformación de un grupo de reflexión en Puebla donde se discutía abiertamente la opción como una nueva forma de relacionarse con los otros. 
“Para nosotros entrar a ese grupo ha sido muy padre. Gracias a él hemos podido conocer e interactuar con gente con la que podemos compartir nuestras experiencias y vivencias, y con quienes compartimos además las mismas ideas. La mayor parte de las personas que van al taller no han podido formar nunca una trieja, algunos ni siquiera una pareja secundaria, incluso hay algunos que van hasta solos, pero están en la disposición de reflexionar y de poner en la mesa de discusión muchas de esas cosas que no se discuten afuera. Eso, por lo menos, es dar ya un primer paso.”
Othón y Gris relatan que, a diferencia del ambiente swinger, donde la relación se basa únicamente en la satisfacción sexual, las parejas poliamorosas establecen compromisos y lazos emocionales más profundos.
“En ese ambiente todo es a escondidas. Terminas tu aventura de un ratito y regresas a tu vida de siempre, a tu monogamia. Aquí no. Aquí se trata de integrar a otras personas a tu vida. No es que cada quien se vaya por su lado con su pareja, por el contrario, nosotros buscamos integrarlas a nuestro entorno.”
Según cuentan, las formas de relacionarse dentro del poliamor cumplen una amplia gama de modalidades: algunos están casados y conviven en el mismo sitio sin dormir juntos, otros se encuentran ocasionalmente, y hay quienes ni siquiera conocen a las parejas de su compañero, pero saben de su existencia. También hay grupos donde todos los involucrados se relacionan de forma simultánea, y otros en los que las relaciones están restringidas sólo al interior del grupo.
“Todo depende de los acuerdos”, dice Othón, “lo más importante es la comunicación que tienes con tu pareja y la capacidad para construir un acuerdo y cumplirlo”.

Instrucciones para hacer “de tripas corazón”

A medida que la plática transcurre me percato de que Gris está distraída, quizá un poco nerviosa. Continuamente interrumpe la conversación para contestar los mensajes que llegan a su celular.
“Es un amigo con el que me cité para hoy”, me dice entre risas, una vez que es evidente que nuestra conversación discurre de forma paralela a otra que se desarrolla en la pantalla de su teléfono.
Miro de reojo la reacción de Othón. No hay signos de molestia o incomodidad. Por el contrario, creo percibir en él cierto aire de complicidad.
La situación me brinda la excusa perfecta para abordar uno de los temas tabú en toda relación de pareja: los celos.
¿Existen los celos en el poliamor?
“Por supuesto que sí”, es la respuesta unánime.
“En nuestras relaciones anteriores nos marcaron mucho las situaciones de celos. Esa forma de interactuar nos orilló a perder nuestro espacio como personas. Cuando nosotros nos conocimos fuimos claros en respetar nuestros espacios y afectos. Sin embargo, no es un proceso sencillo. Los celos no desaparecen de la noche a la mañana.”
“A lo mejor de mi parte hubo más problemas en ese sentido”, reconoce Othón. “Hubo momentos en que le dije a Gris que no me gustaba lo que estaba sintiendo, y quizá en algún momento le pedí que ya no se siguiera viendo con determinada persona, pero algo que siempre nos salvó fue decirnos todo. Eso fue lo que nos ayudó a superar el problema”.
Comunicación es una palabra que la pareja entrevistada repite siempre. Comunicar, hablar, dialogar. Para ellos, estos verbos representan la medicina que lo cura todo. Una que al principio les supo amarga, pero que con el tiempo han convertido en uno de los aspectos clave sobre los cuales se cimienta su unión. 
“Al inicio Gris tuvo una pareja con la que se involucró mucho y hubo momentos en los que llegué a temer que se enamorara y no quisiera regresar conmigo. Si lo pudimos superar fue con base en la comunicación constante. Ella me contaba todo. Me mantenía informado. Y, en ese proceso, gracias a la confianza, el celo se fue transformando. Al verla feliz o triste en los distintos momentos de su relación, yo entendí que mi labor como pareja no era hacerme a un lado, sino apoyarla, escucharla, darle un punto de vista.”

Acrobacia de alto grado de dificultad

Amarse entre dos no es fácil. Hay que aprender a compartir, a cambiar y, en muchas ocasiones, a aceptar. Las cifras de divorcio en nuestro país son un indicador de la crisis de la pareja. Actualmente se calcula que treina de cada cien matrimonios terminan por disolverse. Y las cifras van en aumento.
Quienes hemos experimentado una ruptura amorosa sabemos que la separación implica siempre una cuota de fracaso y dolor. Pagamos el precio y nos volvemos a enamorar porque creemos que la experiencia nos ayudará a refinar el resultado, que con el tiempo encontraremos a la persona correcta, en el momento adecuado, y que podremos construir —ahora sí— el ideal de pareja que hemos estado buscando. 
Para quienes creemos y practicamos la monogamia, todo se reduce a ese afán por asentarse y edificar.
Pero, ¿qué pasa con aquellos para quienes la búsqueda amorosa no tiene fecha de caducidad? 
¿Sufren igual que nosotros o han desarrollado un grado de desapego tal que les permite saltar de una relación a otra sin pagar las consecuencias emocionales? 
Después de charlar con Othón y Gris, me parece que al menos en lo que a la opción poliamorosa concierne, los vínculos sentimentales forman parte de una rutina gimnástica con un alto grado de dificultad.
Si en la época contemporánea una pareja monógama no las tiene todas consigo, basta con imaginar los trances a los que debe enfrentarse una relación que se desarrolla entre tres, o cuatro, a veces más. 
A lo largo de su trayectoria como pareja, la búsqueda del amor para Othón y Gris no ha sido cosa fácil. Abundan en su historial personas que no se comprometen, que a la primera provocación suelen romper los acuerdos, que buscan sólo una excusa para dar rienda a sus inquietudes sexuales, o que simplemente huyen cuando la propuesta —siempre sincera, abierta, honesta— se sugiere sobre la mesa.
Si mantener vigentes sus uniones secundarias resulta una tarea difícil, ni hablar de lo que implica integrar un miembro más.
En efecto, la consolidación de una trieja en el mundo del poliamor resulta, al parecer, una especie de leyenda.
Casi nadie conoce una estable.
Está la referencia del DF. Pero nada más. 
Aún así, ellos insisten.
¿Qué los motiva?
Othón me da una respuesta que derriba cualquier asomo de duda acerca de sus motivaciones y que me orilla a pensar más en las similitudes que en las diferencias que pudieran guardar con cualquier otro modelo de relación afectiva.
“Hay algo que sucede cuando finalmente logras establecer un vínculo poliamoroso como el que tenemos nosotros. Antes de que se consolide sientes que vives solo, en un cuarto oscuro. Pero un día te das cuenta de que hay otro foco, otra luz que está compartiendo el mismo cuarto. Cuando esos dos focos se acercan te das cuenta que estás en un cuarto iluminado. En ese momento ya no te sientes solo, ni te sientes oscuro, compartes un mismo espacio, compartes una misma luz.”

Adiós a las dogmas

Son las nueve de la noche y el café está por cerrar. Las adolescentes de la mesa contigua, escandalizadas por nuestra conversación, hace tiempo que se han retirado. Gris continúa recibiendo y mandando mensajes de manera compulsiva con su cita de hoy. Mientras tanto, Othón intenta explicarme en qué consiste realmente el poliamor.
“El poliamor no es una religión, no es un dogma que te marque ciertos lineamientos. Ser comunicativo con tus afectos, consensuar acuerdos, ser honestos, son aspectos que deberían asumirse en toda relación. Nosotros decidimos adoptarlos y ser fieles a ellos. Al romper con los paradigmas tradicionales, pudimos tomar conciencia de lo que es realmente valioso: la comunicación, la honestidad y el compromiso. Ingredientes que no sólo deberían estar en el poliamor, sino en toda relación afectiva.”
Les pregunto qué tan difícil es asumirse como poliamorosos en una ciudad como Puebla, y para mi sorpresa responden que más allá de la dificultad que supone relacionarse con personas que compartan sus mismas ideas, no han experimentado hasta el momento alguna actitud de rechazo. 
“Con nuestras amistades, incluso algunas del trabajo, mantenemos el tema abierto, obviamente tampoco nos ponemos el letrero de poliamorosos. Generalmente sabemos con qué personas lo podemos platicar. Por lo regular les causa mucha curiosidad o asombro que no nos den celos. Pero alguna reacción negativa, hasta el momento, no la hemos tenido.”
Gris cuenta que, en su caso, la gente que sabe de su situación tiende a cuestionarla. 
“La gente no entiende que podamos sufrir por otras personas, nos dicen: ¿cómo pueden sufrir si tienen a su lado a su pareja? Qué ganas de complicarse la vida.”
“¿Y no es así?”, pregunto.
“Quizá sí, pero creemos en esta forma de vivir nuestras vidas. Creemos en la honestidad, en la comunicación. Estamos conscientes de que esta opción no es para todas las personas, porque involucra sentimientos, costumbres, creencias, todo ese tipo de cosas. Implica romper con un paradigma en el que todos estamos educados y al que estamos acostumbrados.”
Y parte de ese paradigma tiene que ver con la educación de los hijos. 
A diferencia de otros padres que mantienen en secreto sus relaciones sentimentales, Gris ha decidido compartir abiertamente su estilo de vida con sus hijos.
“Hemos sido claros con ellos desde el inicio. Desde que eran pequeños siempre les hablamos con la verdad. Los hemos ido educando en la diversidad y en la diferencia, con una conciencia muy clara de que en las cuestiones del amor existe una variedad enorme de gustos y preferencias. Mucha gente, incluso aquella que comparte nuestras ideas, nos critica por ser tan abiertos respecto al tema, pero es sorprendente cómo nuestros hijos lo han asimilado.”
A Gris le gusta narrar una anécdota. Le sucedió con el más pequeño, cuando tenía ocho años de edad. Ella acababa de terminar con una pareja secundaria y estaba muy afectada. Cuando su hijo lo notó le preguntó si su tristeza se debía a que se había disgustado con Othón.
“Ese día me puse a platicar con él, intenté buscar las palabras para explicarle. Le dije que tenía un novio aparte de su papá y que esa relación había finalizado. Él me estuvo oyendo, se me quedó mirando y me dijo: mira mamá, yo lo único que quiero es que estés bien y que sepas que cualquier cosa que necesites, ahí estoy yo.”
Cada que cuenta esta historia a Gris se le quiebra la voz.
“Te lo platico y me sigue llegando”, dice una vez que se repone de la emoción. “Nosotros siempre hemos tratado de tener esa comunicación con nuestros hijos.”

De lo que en verdad trató la entrevista

Pasan ya de las diez de la noche y es hora de despedirse. 
El teléfono de Gris suena y ella se levanta para contestar.
Conversa por espacio de varios minutos con su enigmático interlocutor, alejada de nuestra mesa. Luego vuelve.
Othón me cuenta que por ahora no están enganchados en otras relaciones.
“Mucha gente cree que como poliamorosos nos la vivimos en la calle y, como vulgarmente se dice, de brazo en brazo; pero no, por ahora los dos estamos vacantes, aunque tampoco estamos en busca de algo. Éstas son cosas que se tienen que dar por sí solas.”
Cuando Gris se percata de que el mesero nos ha traído la cuenta, le pide a Othón que espere un poco más, que su cita está por llegar.
En efecto, a los pocos minutos ingresa un chico al café. Es joven, apenas debe pasar de los veinte años. Decidido, se aproxima a nuestra ubicación y saluda afectuoso a Gris.
Ella le acerca una silla y lo presenta.
“Ésta es la cita de la que les conté”, nos dice.
Othón se pone de pie y lo saluda con cortesía.
“Nos están entrevistando”, dice para justificar mi presencia.
De pronto tengo la sensación de que en esta mesa de tres empiezo a sobrar.
Ha sido una plática larga y enriquecedora. Pero ya es tarde para mí. 
Me despido no sin antes agradecer su disposición para conversar. 
Apago la grabadora, la guardo en mi mochila y me retiro.
Antes de salir les dedico una última mirada.
Gris y su acompañante conversan animadamente, mientras Othón los observa con atención y complicidad. 

“Esta pareja se quiere”, pienso para mis adentros y, en secreto, desde la puerta de ese local, les deseo suerte en su búsqueda.
Camino a casa me pregunto si la entrevista ha versado realmente sobre el poliamor. Y no sé. Me queda la sensación de que en la mesa de ese café se habló más de confianza, de comunicación, de honestidad, la materia prima con la cual debieran de construirse todas las relaciones humanas.


Artículo publicado casi sin editar, rescatada de la web www.aldeano.net que ya está caída. El autor es un tal Alvaro Hernandez , revista N° 3 del 15 de agosto del 2011.

7 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hola, vivo en Puebla y me interesaría platicar con Ustedes ya que tenemos ideas afines.
      Muchos Saludos!

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    4. Hola buenas noches apenas vimos tu comentario, ¿tendrás algún correo que nos proporciones?

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  2. que onda pareja entrando en el nuevo rollo del poliamor, nos interesaría conocer y experimentar momentos de este tipo, vivimos en la CDMX, 22 y 30 años si alguien esta interesado o gusta platicarnos algo sobre este tema con gusto estamos en el Whats App 5548165091, cámara banda y saludos

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  3. sobre el comentario de arriba, EXCLUSIVAMENTE COMUNIDAD LGBTTI SOLO HOMBRES GAY

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